La última noche del primer artista

Tengo casi cincuenta inviernos, me siento cansado, hambriento y la infección de mis heridas ya no me permite ponerme en pie. Debo agradecer el agua que se filtra en la cueva y que todavía alcanzo a beber. Cumplí en la medida de mis posibilidades con el deber que me impuso el destino; recuerdo haber escuchado con escepticismo las historias que me contaran sobre los primeros hombres y como descendieron de las estrellas para poblar este valle. Hoy, cuando soy el último que queda de mi pueblo, no puedo evitar sentirme cercano a ellos y aspirar al vano consuelo de que mi alma se reencuentre con las de todos mis hermanos.

Durante generaciones vivimos en este valle, nuestro hogar. Acá nuestro pueblo se entregó al cultivo del espíritu. Entendimos que la mejor manera de vivir era aquella que estuviera en armonía con la naturaleza. Nos dedicábamos diariamente a confeccionar elementos musicales, a recoger frutas, sembrar semillas y confeccionar prendas de vestir. En las noches contábamos historias e improvisábamos bailes y canciones que representaban las historias de nuestros antepasados o las de los animales de los bosques. También seguíamos el curso de las estrellas y gracias a ello habíamos determinado con precisión la duración de las estaciones. Nunca recogimos esta historia, no lo vimos necesario, nuestro era lo efímero.

Así hubiéramos transcurrido hasta que el sol y las estrellas se extinguieran pero el destino tenía otros planes para nosotros. Un día llegó la nueva raza, las señales y el rastro de su maldad los antecedió una estación. Comenzamos a ver, cada vez más cerca, humaredas que se elevaban hasta el cielo. Animales espantados huían y en su huida atravesaban nuestro valle. Nunca habíamos sido testigos de nada semejante. Luego llegaron ellos, no sé con certeza de donde, pero por sus acciones, puedo afirmar que no descienden de las estrellas.

No eran muchos, ni tan robustos como nosotros, pero eran más altos, corrían más rápido y traían con ellos herramientas que usaban para quitar vidas. Intentamos compartir el valle y enseñarles nuestro modo de vida, pero fue inútil, en sus ojos ardía un brillo que solo se apaciguaba con el despojo, la quema de los bosques y la guerra. Esta última palabra no existía entre nosotros antes de su llegada. De esa forma mi gente, cada vez más aislada, fue exterminada; la mayoría fue asesinada, otros murieron por inanición y el resto por una tristeza absoluta. Al final quedé yo, el último Neandertal y como único acto de venganza, recorro todas las cuevas, pintando en sus paredes esta historia y esperando que en un futuro otro pueblo descienda de las estrellas y sepa que alguna vez nosotros habitamos en este valle.

El nostos

#HistoriasdelaHistoria

Comentarios

Entradas más populares de este blog

El hombre sin rostro: comprendiendo la invasión rusa a Ucrania